Soplaba el viento como nunca antes, en la ciudad de las diagonales. No podía dormir entre el ruido de la ventana y los autos de la calle.
Sentí que era el momento de ponerle una traba al vidrio para poder descansar, y una vez que lo hice, volvíó a sonar como si nada hubiera pasado. No servía, todo lo que hiciera no tenía sentido.
Nada hubiera pasado sin esa ventana, si no pudiera ver a través de ella.
Del otro lado, solo se veían nubes y una tormenta que se avecinaba. Tuve miedo, me abrace, me senté en un rincón y la lluvia cayó. No era un simple diluvio de mes otoñal, era una catarata de agua que recorría las calles y cada rincón de la ciudad.
Me quede observando la ventana, esperando que parará, esperando que se cerrara magicamente. Se detuvo por unos instantes y volví a acostarme. A los segundos, comenzó aún peor. Parecía que habia demasiada agua acumulada en el cielo.
Habia demasiada agua acumulada, y los pobres arboles no pudieron retenerla. La ciudad fue invadida por aquella sustancia, dejándonos a la deriva, a la espera, de que saliera el sol o parara de llover.
Pero en ese mundo, de los ya perdidos, de los sin consuelo, el sol parecía nunca salir. Y nadie pudo ser, lo que quería ser.